Entre cada amanecer y atardecer, la vida misma
En una especie de metáfora con nuestra existencia, nos encontramos atravesando cada día nuestro propio amanecer, ese inicio en blanco donde lo que decidamos y como elijamos transitarlo, cuenta para darle forma a cada jornada.
Ver en nosotros ese sol que nace, esa promesa del todo por iniciar, esa oportunidad única e irrepetible que nos regala cada mañana. Integrando todo, lo ya transitado en el pasado, lo sentido ante las alternativas presentes e incluso las expectativas futuras. Cada amanecer como un momento sagrado, compañero de emociones y sentimientos, testigo de luces y sombras, de magia y también preocupaciones.
Qué diferente sería todo si lográramos conectar cada inicio de jornada con una mirada interna capaz de permitirnos observarlo como un momento de perfección, ese aquí y ahora desde el que podemos avanzar. Somos conscientes de todo lo que está allí afuera y no podemos controlar, de la aceptación de lo que es, pero precisamente en esos instantes es cuando se nos revela la posibilidad de hacer uso de nuestro poder, de elegir como pararnos ante lo que sucede, de elegir donde enfocar nuestra energía, con qué conectar para que lo que sea que enfrentemos nos sirva para superarnos, para hacer de nosotros alguien con mayor madurez.
Ese bendito transcurrir entre el inicio y el ocaso. Cada día con todo, absolutamente todo lo que transitamos: lo proyectado, lo impensado, lo que teníamos previsto y los imponderables que surgen. Los momentos que se viven desde la cotidianeidad, desde esa especie de piloto automático ante el cual muchas veces ni nos detenemos a reflexionar hasta esos otros hechos que nos toman de sorpresa y logran cambiar el rumbo de nuestra vida para siempre.
Finalizando cada jornada, el atardecer, cuando el paisaje interno nos invita a entrar en calma, donde la paleta de colores nos muestra todas las vivencias. Sin necesidad de juzgar lo vivido, solo observándolo, agradeciendo, regocijándonos ante lo que nos hizo felices y aprendiendo de aquello que nos movilizó poniéndonos a prueba.
Así, cada día a lo largo de los meses, los años, de toda una vida. Transcurriendo desde el inicio hasta el final de cada uno, de manera simple a veces, compleja muchas otras. Siendo siempre protagonistas, acompañando lo que es, como es, y generando en nosotros y para los otros, oportunidades que nos permitan gratitud, plenitud y expansión interior. Aceptándonos desde el amor propio, posibilitando aprender de las circunstancias, brindándonos lo que nos hace falta para ser cada vez más nosotros mismos, respondiendo al único juez que tenemos, nuestra conciencia.