Vemos al mundo como somos, y somos como vemos al mundo
¿Nuestras creencias condicionan lo que vemos y lo que nos sucede? ¿Nuestros modelos mentales influyen en nuestras emociones y estados de ánimo?
Los seres humanos tendemos a creer que lo que observamos del mundo es la realidad.
Esa tendencia puede generarnos mucha angustia, siendo causa de penurias y sufrimiento. Cabe aclarar que lo que vemos, y principalmente, como lo vemos, pasa previamente por el filtro de nuestras creencias, condicionando aquello que observamos y como lo interpretamos, generando determinadas emociones que nos predispondrán para la acción. Esas acciones tendrán el particular sello de nuestra mirada, afectando lo que nos sucede a diario en la vida.
Solemos juzgar todo lo que nos pasa, esa es la manera en que vivimos y pensamos. Si desarrollamos la capacidad de distinguir, a partir de nuestras creencias, entre aquellos juicios que nos abren posibilidades, de los que nos las cierran, podremos elegir mas efectivamente cómo accionar ante cualquier hecho.
Modelos mentales y emociones
Las creencias funcionan como filtros en nuestra observación, haciendo que accionemos o reaccionemos de una u otra manera, determinando fuertemente nuestra manera de estar siendo. Es sabido que toda emoción nos predispone para la acción, pero existe un proceso previo que es la interpretación de lo que nos pasa, estando ésta ligada directamente con nuestras creencias.
Si pudiéramos distinguir que el estímulo pasa por nuestros modelos mentales, y que éstos componen nuestras emociones y luego nuestras acciones, podríamos elegir entre qué interpretación nos cierra o cuál nos abre posibilidades para manejarnos de manera funcional. Es cierto que no podemos ser responsables de las emociones que sentimos, pero sí de las creencias que sostenemos y de los estados de ánimo que nos disparan. Esas creencias intervendrán en nuestras emociones y, en consecuencia, en nuestros estados de ánimo posteriores. Cuando sentimos emociones recurrentes como enojo, miedo o angustia podemos llegar a convertirlas en funcionales. Esto significa que pasen a abrirnos posibilidades, distinguiendo nuestras creencias previas y así tener a nuestros estados de ánimo como aliados para que nos acompañen en la búsqueda de resultados más eficaces. ¿Cómo distinguir si nuestras emociones son afectadas por nuestras creencias? Podemos observar desde dónde accionamos cuando algo nos ocurre. Será nuestro observador quien determinará cómo vamos a procesar el evento, y este observador estará compuesto por todo lo que hemos aprendido hasta el momento.
El lenguaje no es inocente
Si cambiamos nuestro lenguaje, podremos transformar nuestro mundo. Por ejemplo, palabras como todos, ninguno, uno, tal vez, tratar o intentar, forman parte de relatos que nos condicionan como víctimas, y hacen que situemos el poder en el afuera, imposibilitándonos formar parte de cualquier solución. Es decir, que ya desde nuestro discurso, no nos consideramos parte. Cuando decimos uno en vez de a mí, estamos eludiendo nuestra responsabilidad ante lo que somos o hacemos y, de esta forma, coartamos el poder que tenemos para obtener los resultados deseados. Nuestros compromisos no manifiestan fortaleza ante frases como voy a intentar o voy a tratar. Y esto incluye tanto al afuera, a quienes nos escuchan, como a nosotros mismos, que nos escuchamos todo el tiempo. Como el lenguaje no es inocente, cada palabra que decimos tiene un peso, que nos abre o nos cierra posibilidades, sea en el contexto que fuere en el que las pronunciemos. Por consiguiente, si queremos cambiar nuestras creencias, modificar nuestro lenguaje puede ser la primer puerta hacia la transformación. De este modo, la comunicación efectiva nos permite, no sólo coordinar mejor las acciones con los demás, sino también con nosotros mismos.