Vínculos que aleccionan

Sin duda existen personas que aparecen en nuestra vida con el propósito, entre otros, de aleccionar en algo que tenemos que aprender, algo que tenemos que ejercitar en nosotros para evolucionar. O tal vez sean todas, en mayor o menor medida, que se presentan ante nuestros ojos con esa finalidad. Esa interpretación de que ningún encuentro es casual, sino que todos son causales.

A lo largo de una vida se tiene frente de sí a personas con las que se construyen vínculos muy fuertes, convirtiéndose al paso del tiempo en muy importantes, marcando sin más un antes y un después. Con algunas de ellas, o con varias, se pueden atravesar desafíos muy puntuales: distancia física, tiempo sin verse personalmente, necesidad de tenerlos cerca en más de una oportunidad, extrañar los momentos juntos, acompañarse en situaciones complejas y/o límites para alguna de las partes, como así también estar presentes en logros trascendentes, en instantes de disfrute y plena felicidad.

Estos vínculos, con toda la travesía que representan por lo transitado en la vida de cada uno, en el hacerse presente uno para el otro, en el afecto que se manifiesta de mil maneras posibles, tienen también su tarea de enseñarnos algo que debemos transitar y que al aceptar hacerlo nos posibilita madurar. Al interpretarse de esta manera va dejando de existir el preguntarse el por qué de determinadas situaciones ante lo que gustaría que fuera de otra manera en una relación. Dejan de haber demandas y planteos, permitiendo que todo fluya como va siendo, con la libertad de acción que le corresponde a cada uno. Se deja de lado el preguntarse el por qué de la distancia con quienes tanto se quiere, por qué tiene que pasar tanto tiempo sin ver a esas personas entrañables y tantos otros por qué que pueden terminar provocando tristeza, melancolía o dolor a almas sensibles…

Como todo, tal lo manifesté. puede terminar siendo una oportunidad de aprendizaje de aquello que nos hace falta aprobar en la lección de la vida, dejado paso a los para qué. Esos para qué que le dan sentido a lo que se hace presente como experiencia. Un sentido superador cuya respuesta puede tenerla cada uno, nadie más… Para qué la vida nos pone ante determinadas situaciones desafiantes, y a veces no una vez, sino varias… Esas respuestas tan personalísimas como las mismas experiencias llevan a comprender que determinadas cuestiones como la aceptación, la incondicionalidad y el desapego se hacen presentes en este tipo de relaciones donde se revaloriza aún más los momentos compartidos, alimentando esa conexión profunda que se basa en aquello que no se ve pero se siente, como ser los sentimientos y las emociones.

Otro punto a considerar es lo que sucede en las relaciones de todos los días. Esas que con la asiduidad o la convivencia muchas cosas se terminan dando por hecho. Es lo que es, sucede lo que ocurre, y así se deja de observar con una mirada especial determinados detalles. Sin dejar de mencionar lo que afecta negativamente, lo que se deja de expresar y haría falta hablarlo, los gestos de amorosidad que dejan de ser tales. Por el contrario, con los que están lejos, se termina teniendo esa cuota de idealización que contribuye a considerar que de tenerlos cerca nos proporcionarían mayor felicidad.

Ni bien ni mal este aspecto mencionado. Cada vínculo puede tornarse especial en determinada etapa de la vida, y otros acompañando siempre desde su inicio hasta el final de nuestros días. Una especie de misión unos para con otros, en un ida y vuelta.

Cabe siempre la gratitud por esa presencia que pone luz en momentos de oscuridad, palabras en cada instante necesario, silencios respetuosos cuando hacen falta y manos tendidas cuando el vacío se hace presente.

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