Aprendiendo de nuestras emociones
Comienzo esta nota señalando que los seres humanos, somos seres emocionales. Ante lo que sucede, ante lo que pensamos, ante lo que escuchamos, ante lo que leemos, ante lo que interpretamos de lo que esté ocurriendo, algo sentimos, siempre.
Las emociones ocupan un espacio fundamental en nuestra vida, nos acompañan permanentemente, tienen suma influencia en nuestras elecciones y decisiones. Reconocer y aceptar en qué emoción nos encontramos, poner en palabras lo que sentimos, escuchar lo que tiene para decirnos eso que moviliza nuestro cuerpo es un aprendizaje de alto impacto en lo cotidiano. Una vez que ejercitamos esta especial capacidad para observarnos, la vida de todos los días va transformándose.
En mi vida profesional, me fui encontrando con personas que expresaban no poder distinguir en que emoción se encontraban, registraban que algo les sucedía pero no podían reconocer que era exactamente, por lo tanto no tenían poder sobre ellas y mucho menos podían desarrollar la capacidad de cambiarlas a su favor. Otras remitían a sólo un bien o mal al preguntarles como se sentían.
Reconocer las bondades de reconocer y gestionar las emociones significa, en primer lugar, darse cuenta que todas predisponen a una acción determinada y tienen sus consecuencias. Si bien no se puede elegir con anticipación en que emoción estar -ya que éstas surgen ante los hechos- sí podemos elegir qué vamos a hacer al respecto. Es ahí donde radica nuestro poder. Algunas emociones nos abren posibilidades mientras que otras, nos las cierran. Emociones que paralizan y emociones que estimulan.
En este camino de aprendizaje tenemos que tener muy en cuenta el lenguaje, visto éste al momento de la conversación que mantenemos con nosotros mismos. ¿Qué me digo? ¿Cómo me trato? ¿Qué palabras utilizo hacia mí a la hora de enfrentar dificultades, emprender algo nuevo, desarrollar desafíos personales o profesionales? ¿Qué me cuento sobre lo que me rodea, sobre la sociedad en la que vivo, sobre las personas que me acompañan, sobre mis relaciones interpersonales? ¿Qué me cuento sobre la historia de mi vida, sobre las situaciones que atravesé en el pasado, me pro en rol de víctima? Respondernos con sinceridad cada una de estas preguntas nos lleva a comprobar la particular mirada que tenemos sobre sí mismos, como se encuentra nuestra autoestima. Y no tan solo eso, bien diferentes serán las emociones si las respuestas remiten a una baja estima, victimización, desvalorización, poca o nula confianza en sí que si por el contrario el lenguaje es motivador, considerándonos merecedores de todo lo que consideremos mejor para nuestra vida.
Cabe señalar por otra parte la importancia de darle espacio a las emociones para que se manifiesten. Cuando sufrimos, cuando tenemos dolor en el alma, cuando nos angustiamos, incluso cuando sentimos enojo, no es cuestión de decirnos aquí no pasa nada, nada de eso, todo lo contrario, aceptar que sentimos esas emociones, expresarlas de la manera que creamos más conveniente. Tapar emociones, enmascararlas solo puede crear el campo propicio para que el cuerpo se resienta y en muchos casos traiga aparejadas enfermedades no deseadas. El permitir sentirlas y dar ese espacio de manifestación de las mismas es parte de la sanación.
Ese lenguaje del que venimos hablando tiene otro costado importante: la escucha. Desarrollar la capacidad de escucharse en profundidad, tomar contacto real con aquello que sentimos, con nuestras emociones más recurrentes, con lo que cada una de ellas tiene para decirnos, con darnos cuenta que situaciones nos lleva a sentirnos de determinada manera con mayor frecuencia, qué acciones y reacciones propias y ajenas me crean malestar. Aprender en definitiva, el circuito de nuestras emociones. Una vez aprendido, lograremos con mayor certeza modificar interpretaciones que nos provocan emociones de malestar, dolor, sufrimiento, sumiéndonos en la desazón y alejándonos del bienestar que buscamos.
Un punto que no quiero dejar de mencionar como base de lo emocional es el de las interpretaciones. Algo sucede o algo nos dicen, algo interpretamos en relación a esos hechos o esas palabras y es esa, y solo esa personal interpretación de donde surgen las emociones. Tan personal es esto que podemos ver que ante mismos hechos y circunstancias no todas las personas reaccionan o actúan igual. ¿Qué es lo que marca la diferencia? Lo que interpretan, no los hechos en sí.
Por eso mas arriba los inspiraba a responder preguntas sobre sí, muchas veces las emociones desazón, abatimiento, pesadumbre parten más de las historias que nos contamos que de lo que está ocurriendo en sí. Además de la humana tendencia a concebir que lo que me cuento es la verdad, que así son las cosas y que no hay modificación posible. Ante un panorama de estas características, dar vuelta la situación y emprender un cambio favorable se torna aun mas complicado.
Para finalizar les dejo una práctica de suma utilidad, pausar. Esta práctica favorece a la hora de actuar, evitando reacciones con consecuencias negativas.
Proceder desde la reacción es lo intempestivo, lo primario, lo que surge sin intervención de la razón. Hay contextos de riesgo que pueden ameritarlo. Existen otras situaciones límites donde actuar desde la reacción puede traernos serios problemas o consecuencias indeseadas. También están esos escenarios intermedios, donde nos dejamos llevar por la ansiedad o la presión, respondiendo sí a algo que en realidad no deseamos hacer o nos apresuramos a tomar una decisión de la que luego nos arrepentimos.
Desarrollar la capacidad de ponerse en pausa para luego actuar se trata de conectar con la sabiduría que ya habita en cada uno. Esa parte que sabe lo que queremos hacer, y lo que no, que nos conecta con lo que aceptamos, y con lo que ya no. Poder escucharla con atención y hacerle caso, pudiendo además distinguir sus motivaciones.
Siempre es apropiado escuchar esa sabiduría. Cuando te hacen una propuesta, un ofrecimiento o una invitación. Cuando estas en duda entre comenzar un proyecto, o no hacerlo. Cuando ante cualquier instancia de tu vida, no sabes si hacer una cosa u otra. Cuando te das cuenta que este no es el momento para determinada acción pero sabes que el día de mañana podes elegir diferente. Cuando ya no deseas continuar con una relación que te está afectando. O cambias de parecer ante algo que aceptaste u ofreciste en otro momento y hoy no deseas continuar. En cualquier circunstancia lo apropiado es no reaccionar, no responder por impulso, sino ponerse en pausa, chequear interiormente para finalmente entonces sí, actuar.
La forma de práctica es haciendo silencio hacia afuera y escuchando hacia adentro. Aprendiendo a darte los tiempos para responder o actuar, hacerlo a total conciencia y sin apresuramientos que lleven a la equivocación. Esa manifestación mediante sensaciones que te va indicando que hacer o que responder. Esa parte de vos que sabe a que decir que sí, a que decir que no o a que decir basta, que sabe lo que quiere hacer, y lo que ya no. Lo mas importante será que actúes en congruencia, que no sientas decir no, y expreses si por compromiso o apresuramiento, o que desees hacer algo y no lo hagas por verte invadido por el temor o la inseguridad.
Poner esta capacidad en práctica será lo que marcará una gran diferencia en tu vida ya que estarás priorizando y respondiendo a tus necesidades.